Pocas veces tenemos la oportunidad de leer los relatos en primera persona de un piloto de carreras. Con «Mi Mundo», de Rudolf Caracciola podemos hacerlo sumergiéndonos en la que quizás es una de las épcoas doradas del automovilismo. Por que si hoy en día, el mundo de las carreras son el culmen de una carrera deportiva, hace 70 años, ser piloto estaba un paso por encima.
Piloto por vocación pero que alimentaba con grandes dosis de humildad (algo que consideraba básico para el éxito), Caracciola consideraba que la concentración y una vida recta y ordenada eran elementos básicos en el éxito. De otra forma, batir a nombres como Nuvolari, Chiron y Varzi, que dan nombres a muchas curvas de circuitos a lo largo del planeta, sería imposible.
El relato comienzo contándonos como un trabajo de vendedor de automóviles le abre las puertas de la competiciones amateur, en la que no tardaría en destacar permitiendo que Mercedes-Benz pusiera los ojos en el. Ya con la marca de la estrella, Caracciola debutó en el Gran Premio de Italia de 1924 y allí mismo comenzaría la leyenda y la larga lista de compañeros a los que tuvo la desgracia de «enterrar».
Quizás esto último sea la parte más dura de la vida de un piloto de aquella época y en Rudolf Caracciola no pasa desapercibida. A pesar del accidente que casi le cuesta su carrera como piloto en el Gran Premio de Mónaco de 1933, el alemán siguió compitiendo pero con la enorme tristeza de ver como sus amigos se quedaban en el camino. En la década de los años 20 y 30, el automovilismo era una competición de supervivencia.
Lectura obligada para cualquier aficionado al automovilismo que además nos entrega lecciones tan básica como la regla no escrita de que las órdenes de equipo, por mucho que uno sea un piloto joven y ambicioso, se cumplen.
Sorry, the comment form is closed at this time.